27/03/16.
Por: Pablo Makovsky.
El politólogo y economista argentino Eduardo Crespo, radicado en Río de Janeiro, donde es docente en la Universidad Federal, predice un giro hacia el fascismo de triunfar el golpe institucional contra Dilma Rousseff. Analiza las falencias de gobiernos progresistas que no se animaron a tomar medidas de fondo y augura la caída del Mercosur que, según analiza, tampoco fue dotado de infraestructura.
“Es el fin de una era –dice por teléfono Eduardo Crespo–, y mucho más acá en Brasil que allá en Argentina, porque el kirchnerismo se fue con un apoyo importante, sacó 48% de los votos, tiene todavía algunas figuras con cierta popularidad, y si Macri naufraga con su política económica, algo puede surgir. En Brasil, en cambio, parece venirse algo mucho más a la derecha, si ya hubo un giro neoliberal desde el mismo PT, lo que se avecina puede ser algo claramente fascista”.
Con el retardo típico de las conversaciones de WhatsApp, la voz del argentino Eduardo Crespo suena clara y firme, amistosa. Está en Río de Janeiro, donde es investigador de política y economía en la Universidad Federal. A las 16 del viernes pasado la izquierda convocó a una marcha en la Plaza 15 (la más importante de Río) en rechazo de las demandas golpistas de la oposición contra el gobierno de Dilma Rousseff. A Crespo le hubiese gustado ir. “Pero como sucede con las cosas que organiza la izquierda, son convocatorias para la clase media. Al trabajador que vive en los suburbios de Río y tiene dos horas de viaje del trabajo a la casa ni se le cruza participar de estas movilizaciones”. A las 18.30 nuestro hombre debe ir a buscar a su hijo a la escuela, duda de que pueda asistir a la marcha y señala lo inoportuno del horario.
El gobierno de Dilma está al borde del golpe de estado, el poder judicial y los grandes medios se embanderaron tras el escándalo de corrupción en Petrobras que suma veredictos de jueces, sobre todo del Sergio Moro, a esta altura una figura presidenciable. La gente, esa masa algo indefinida que se comunica a través de redes sociales (Crespo recuerda la frase del recientemente difunto Umberto Eco: “Convierten al idiota del pueblo en un divulgador de verdades”), salió a las calles a pedir la cabeza de Dilma, la de Lula y, según cuenta Eduardo Crespo, la de todo aquel que piense distinto.
“Esto es algo medio inédito –dice–, las reacciones son de gente que nunca discutió de política. A esto se suma que el PT (Partido dos Trabalhadores, fundado entre otros por Lula hace 36 años) tuvo en este tiempo mucho miedo de movilizar, porque el miedo mayor es a la derecha, y siempre se mostró como una izquierda edulcorada. Y hoy los sectores medios y hasta los populares están cooptados por el discurso de la derecha. Así es que hay gente que nunca opinó y de golpe opinan todos con niveles de brutalidad e ingenuidad muy altos. En Brasil la gente es menos desconfiada que en la Argentina, donde puede ser que TN manipule a su audiencia, pero siempre hay un grado de desconfianza. Acá leen cosas insólitas en la Rede Globo o Veja y creen a rajatabla lo que dicen. Incluso es muy fuerte la religión evangélica, crecen muchísimo en las iglesias evangélicas que tienen un alto impacto en los sectores populares y son muy conservadoras, incluso en las bancadas de legisladores hay diputados surgidos de estas iglesias. Esto remite a una sociedad que tiene raíces en la esclavitud y nunca incorpró a los sectores populares a la vida política, si bien en el período varguista (Getúlio Vargas, 1951-1954) hubo rasgos parecidos al peronismo, los sectores populares nunca tuvieron participación en la vida política de Brasil. En estos últimos años el PT los fue incluyendo en términos de ingresos, y ese es uno de los factores más irritativos para la burguesía. Incluso el brasileño universitario nunca piensa los sectores populares como protagonistas de nada, las marchas actuales son todas de clases media”.
En un análisis de 2015, cuando estalló el escándalo de Petrobras, Crespo entendía la crisis del gobierno del PT en estos términos: “La tendencia a mejorar los salarios y la distribución del ingreso fue durante el primer gobierno de Lula, mucho más durante el segundo y en alguna medida continuó durante el primer mandato de Dilma. Hubo mayor acceso a la educación, incluida la universitaria, mejores condiciones de salud, muchas mejoras sociales importantes. En contrapartida, el PT nunca puso en discusión el modelo macroeconómico heredado de la época de Fernando Henrique Cardoso. Si se observa la evolución de los indicadores sociales durante estos años cualquiera de ellos da una mejora y esto no puede ser cuestionado. Se puede decir que Argentina mejoró más, pero es porque se compara contra la debacle de 2002. Brasil no se derrumba en 2000. Lo que Brasil tuvo desde los años 30 hasta por lo menos los 80, fue un paquete desarrollista, cuando fue uno de los países que más creció en el mundo junto a Japón. Las políticas concretas de desarrollo cuando aparecen cuellos de botella o cuando se desea sustituir algo o cuando se quiere promover algún sector, la creación de empresas públicas, la inversión pública, los subsidios. Todo lo que fue el período Getúlio Vargas o de Juscelino Kubitschek o incluso de la dictadura. Cuando se enfocaban en algún sector y se creaba una empresa pública, se ponía dinero, se ponían los mejores técnicos y una década después se tenían varios éxitos. No hay ningún sector productivo brasileño relevante que no haya surgido de la iniciativa estatal. La política redistributiva sin desarrollo tiene un límite. En esto digo que fue similar al conjunto de América Latina, donde no existió un salto cualitativo en la producción. Hubo crecimientos cuantitativos y mejoras distributivas, pero no cambios en la matriz productiva.”
–¿Qué relación hay entre las movilizaciones masivas que se hicieron en grandes ciudades brasileñas contra el gobierno de Dilma y las que se hicieron en Argentina cuando se quería derrocar a Cristina Kirchner?–Lo que tienen de común, como ocurrió en casi todo el mundo, es que los grupos se organizaban desde las redes sociales, evidentemente organizados desde algún otro lado, como la Primavera Árabe y otros movimientos que en ciertos casos quedó demostrada la intervención de agencias como la CIA, pero las sociedades brasileña y argentina no tienen nada que ver, la nuestra tiene un nivel de educación y formación política muy diferente. Sí hay cambio de signo en toda la región, que adquiere rasgos comunes como en la economía.
–¿Y el fenómeno de la judicialización de la política? Aparece un juez que jaquea a Dilma y no le permite siquiera ubicar a Lula en su gabinete.–Ese es un rasgo común, con apoyo mediático, los jueces han cobrado una autonomía enorme. Pero el impacto sobre la sociedad es bastante diferente en un caso y otro. Acá en Brasil levantó una polvareda fascista de grandes proporciones, que incluso puede llegar a voltear el gobierno. En Argentina se trata más bien de que los funcionarios del gobierno anterior desfilen por los tribunales. En Brasil puede terminar en la caída del gobierno e incluso con un grado de violencia importante: tenés patotas, patovicas, tipos que van con palos, que se ponen en los puños esos fierritos (manoplas de acero), que andan por las calles enfrentándose, y en las redes sociales es tremendo. Lo más grave es la criminalización del que piensa diferente, si se defiende la institucionalidad te saltan a la yugular escupiéndote que estás a favor de la corrupción. Eso es más fuerte que en Argentina. Es una moral muy selectiva, aunque todos saben que los que van a venir después de este gobierno son mucho más corruptos. Pero la criminalización del que piensa diferente es también la marca de la época en base a la discurso de la corrupción.
–El de la corrupción es un discurso que deja muy cómodos a todos los sectores que generaron su riqueza en base al traspaso de gigantescas deudas privadas al estado, que terminan pagando los trabajadores y la clase media.–En el suicidio de Getúlio Vargas (1954) ya la derecha usaba este discurso de la corrupción, eso se agrava por esto de las redes sociales, que convierte al idiota de pueblo, como dijera Umberto Eco, en un divulgador de verdades. Pero en política se discuten ideas, en cambio lo único que saben es decir estos personajes es que son todos chorros. Son argumentos fascistas. Sin embargo hay un punto a destacar: no está previsto que las fuerzas armadas puedan tener participación en este proceso golpista, lo que también deja un vacío, porque quienes sean los que vengan si cae Dilma no sé cómo van a parar este clima de descontento, salvo que los medios los apoyen, claro.
–Sin embargo, las medidas neoliberales ya se tomaron en el último período de la presidencia de Dilma.–Sí, la crisis económica fue en parte generada por el PT, lo que es gravísimo. En 2011 empezaron a desacelerar la economía. En 2012, con la economía parada, inician un ajuste fiscal a gran escala, con interrupción de créditos del banco de desarrollo, restricción del crédito, disminución del dinero que se envía a gobernadores, intendentes y jefes comunales, devaluación y tarifazo, todo junto, en un contexto muy diferente al de la Argentina, donde se puede decir que por unos pocos dólares y el corralito hasta se podría justificar, pero en Brasil las reservas internacionales llegan a 375 mil millones de dólares; incluso Lula reconoce en privado que la política debe ser expansiva. La economía brasileña está en una recesión, el PBI cayó 3%, el déficit amentó de 5 a 10 %, la inflación ya es de dos dígitos y el empleo cae: el PT tiene mucha responsabilidad en esto, realmente la política económica es catastrófica y alimenta el proceso golpista y le da la razón a la derecha.
–¿Es el dilema de los gobiernos de corte reformista que se desarrollaron en América latina, en los que nunca se tomaron medidas de fondo contra el sector financiero o exportador?–Se muestra a las claras que un tipo de gobierno reformista moderado que intenta mejorar mucho la distribución del ingreso, al final explota si no profundiza las reformas. En Brasil no hubo inversiones significativas en transporte, vivienda o energía, sólo hubo un boom de consumo, como en toda América latina. En Brasil se pasó de unos 23 autos a 46 por año. Rio de Janeiro recibió al mundial y dentro de poco a los Juegos Olímpicos, sin embargo no hay una nueva estación de subte. No hubo reformas significativas, sin embargo se aprovechó la bonanza.
–¿Y qué hay de lo que se dice en Argentina sobre Brasil, que tiene una burguesía nacional más comprometida con el proceso nacional?–Hay buena parte de las empresas que operan en Brasil que están extranjerizadas y el empresariado ya desde el final de la dictadura apuesta al neoliberalismo, el desarrollismo brasileño es un mito de Argentina, a lo sumo las fuerzas armadas impulsaron cierto nacionalismo, pero el empresariado hoy está pidiendo la caída de Dilma, piden privatizaciones, quieren quedarse con parte de Petrobras. Pero la cuestión golpista ya no es sólo palaciega, en el sentido de una rosca en la Cámara de diputados, sino que tomó las calles, donde hay movilizaciones. Y creo que la derecha tiene la mayoría.
–¿Es posible que el juez Moro sea un candidato a la hora de competir por el poder en Brasil?–Si la Rede Globo le da apoyo, Moro tiene posibilidades, hubo pancartas en las manifestaciones de San Pablo que llevaban la cara del juez. También puede pasar lo de (Fernando) Color de Mello (destituido en 1992 tras un escándalo de corrupción). Hay figuras más siniestras aún, como Jair Bolsonaro, fascista, xenófobo, el Donald Trump brasileño, dice cosas escandalosas y cuenta con el apoyo de sectores evangelistas. Son figuras en ascenso, ahora, no sé cómo se arma una elección, porque incluso la gente de la PSDB (la social democracia brasileña, aliados hasta la segunda elección de Rousseff en el 2014 del PT, ahora opositores) fueron silbados durante una manifestación en San Pablo, porque también están salpicados por todos los escándalos.
–Con Macri en el gobierno argentino y la caída de Dilma, ¿sería el fin del Mercosur?–Es complicado porque toda la derecha en América latina está muy vinculada a los tratados de libre comercio que fogonea Estados Unidos, además el Mercosur no tiene una infraestructura, no hay un tren de Buenos Aires a San Pablo que pase por Asunción, es un mercado sin redes que lo conecten. Es la gran deuda de estos gobiernos populistas; el Mercosur se desmoronó por la recesión en Brasil, más allá de iniciativa de armar banco de los Brics, son cosas que pueden quedar en la nada y de hecho nadie se atreve a impulsarlas.
http://www.rosarioplus.com/ensacoycorbata/Brasil-el-fin-de-una-era-20160321-0026.html