miércoles, 23 de noviembre de 2016

El Presidente no está conforme con el curso de la economía

Miércoles 23 de noviembre de 2016.

Por: Joaquín Morales Solá.

Ayer, cuando la política hablaba de luchas internas y de tretas opositoras, un acuerdo crucial se tramaba en un rincón del oficialismo. Las organizaciones sociales (muchas de ellas de piqueteros nuevos y viejos) conciliaban un texto común para la ley de emergencia social con la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y con legisladores oficialistas. La ministra tiene un arte especial para dialogar con esos líderes, algunos de los cuales fueron cristinistas hasta el último día de Cristina Kirchner. Y los dirigentes sociales son especialmente abiertos al diálogo con ella. Las modificaciones le quitarían el tono imperativo que tenía el proyecto que aprobó el Senado y serían mucho menos ambiciosas en la creación de nuevos impuestos, que es lo que el gobierno recibió peor que mal. Era un preacuerdo, vacilante todavía.

Mauricio Macri.


La noticia llegó justo en un momento en que el Presidente andaba entre un problema y otro. Entre el conflicto social, que existe, y la prematura gimnasia electoral. Hay una cuestión que está en el centro de todas las escaramuzas: la economía sigue en recesión. Esa larga parálisis sorprendió hasta el propio Presidente, el primer confiado en la frustrada bonanza del segundo semestre. Esa confianza le costó cierto disgusto de su amigo Ernesto Sanz, uno de los dos radicales con los que mejor se lleva (el otro es Oscar Aguad, ministro de Comunicaciones). El famoso acuerdo del Bicentenario que propuso en su momento Miguel Pichetto fue, en rigor, un acuerdo previo de Pichetto y Sanz, viejos conocidos. Macri no lo descartó, pero lo postergó. Sostenía que en ese momento, entre abril y mayo pasado, el gobierno estaba en condiciones débiles para negociar por la caída de la economía. Estableció que a mediados del segundo semestre la economía lo ayudaría para iniciar esas conversaciones. El tiempo nuevo no sucedió y no sucede hasta ahora, cuando ya se vio obligado a negociar con empresarios, sindicalistas, políticos y piqueteros. Sanz se pregunta por qué no lo hicieron cuando la iniciativa era de ellos y no de los otros.

El Presidente no está conforme con el resultado económico de su gobierno. Esta es la verdad. Alfonso Prat-Gay ejecutó con eficacia las políticas macroeconómicas que le corresponden. Camina la línea del medio que eligió su gobierno, entre la implacable ortodoxia y el irresponsable populismo. Por eso es inútil el debate sobre el endeudamiento. Las alternativas son las duras decisiones que plantea la ortodoxia, imposibles para un presidente en minoría parlamentaria que gobierna un país con más del 30 por ciento de pobres, o la descontrolada emisión monetaria de la era cristinista. La línea del medio, como dice Macri, significa contraer deuda hasta que la economía se ponga en marcha.

Tampoco es culpa del ministro de Producción, Francisco Cabrera, que hace lo que puede con lo que le tocó, ni de Juan José Aranguren, ministro de Energía, que aumentó las tarifas hasta donde le permitieron la Justicia y la paciencia social. Es hora de que los que gobiernan se planteen seriamente el nivel de las tasas de interés. Bajarlas al menos hasta la inflación prevista para los próximos doce meses (entre el 20 y el 21 por ciento) liberaría muchos pesos que hacen negocios en el sistema financiero. Es la política de casi todos los países. Desde la crisis mundial de 2008, no hay tasas rentables en el mundo, que está en recesión o en niveles imperceptibles de crecimiento. No se trataría, de todos modos, de una medida irreversible. Si se disparara la inflación, que es lo que teme el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, éste podría aumentarlas de nuevo.

¿Cómo negarle a la oposición el derecho a aprovechar el frágil momento del Presidente? Aprovechar es una cosa; lucrar políticamente es otra. Roberto Lavagna mencionó dos palabras que la política no nombra. "Dictadura" (para equiparar el endeudamiento de ahora con el de los militares), porque no hay nada más distinto que el momento político actual comparado con el que se vivió bajo el régimen uniformado. Y "colapso", porque remite a la gran crisis de principios de siglo que terminó con la caída de un presidente. A su vez, Sergio Massa hizo lo que mejor sabe hacer: lo ventajeó al Presidente (y los sorprendió) con un proyecto que le quita un peso enorme al impuesto a las ganancias. Proyecta crear nuevos impuestos para compensar los de ganancias, pero son los mismos eventuales impuesto nuevos que crearía la emergencia social tal como la sancionaron los senadores peronistas. Massa quiere incorporar los dos proyectos en la sesión especial de Diputados que está convocando para mañana. Nadie sabe cómo hará para crear dos veces el mismo impuesto con fines distintos. Cotillón electoral. Todo parte de un dato cierto: Macri prometió en la campaña electoral eliminar ese impuesto injusto al trabajo. No lo hizo.

Senadores y diputados oficialistas estaban sentados en algún anillo de Saturno mientras los peronistas tramaban esas sorpresas. Inexplicable. Fue inoportuno, por eso, el presidente de los diputados, el macrista Emilio Monzó, cuando se despachó contra los errores de la coalición gobernante y pidió un acercamiento a peronistas como Florencio Randazzo. Ni Randazzo está dispuesto a dar ese salto ni Macri podría cometer semejante audacia sin enajenarse buena parte de su electorado. Monzó aclaró luego que lo que proponía es darles protagonismo a esos peronistas para alejarlos de Massa y del peronismo oficial bonaerense. Randazzo no necesita esas ayudas. Tiene más intendentes peronistas que Massa y que el presidente del PJ bonaerense, Fernando Espinoza.

Macri les perdona esa clase de provocaciones a sólo dos dirigentes de Cambiemos: Elisa Carrió y Ernesto Sanz, porque constituyen el núcleo medular de la coalición gobernante. Monzó hizo mucho por el triunfo de Macri, pero menos de lo que él cree. Monzó lo criticó también a Jaime Durán Barba, pero éste consiguió (ego mediante) la crítica casi unánime de todo el arco macrista. Hasta le creó al Presidente innecesarias fricciones con el Papa. Durán Barba deberá decidir si quiere seguir formando parte de un equipo o convertirse definitivamente en un verso suelto del oficialismo.

La revolución propia baila alrededor del Presidente. Carrió lo dejó virtualmente fuera de carrera a Jorge Macri cuando anunció que lo enfrentara en las próximas elecciones. Las acusaciones que le ha hecho son graves para tiempos electorales. Carrió no decidió todavía si será candidata por la Capital o por la provincia; depende, sobre todo, de su salud. Vaya donde vaya, Carrió hace siempre de su campaña una campaña nacional. ¿O, acaso, no fue ella la que libró el año pasado la más dura confrontación contra Massa? Ayer denunció a funcionarios de Aranguren por incompatibilidad con la función pública. Carrió es así. Y hay una sola para bien o para mal.

http://www.lanacion.com.ar/1958677-el-presidente-no-esta-conforme-con-el-curso-de-la-economia


(Periodismo militante)


domingo, 20 de noviembre de 2016

La corrupción no tapa la economía

20/11/16.

Por: Eduardo van der Kooy.

Mauricio Macri comparte una suerte con una desgracia. Su suerte sería el empeño con que Cristina Fernández pretende confrontar con él cada vez que una causa de corrupción la complica. Su desgracia seguiría encallada en la realidad económica. Los brotes verdes se marchitan rápido. El segundo semestre, vendido por el macrismo como un despegue, morirá sin demasiadas novedades.



La esperanza está ahora estacionada en el amanecer del año próximo. En octubre serán las elecciones legislativas cruciales. Nada hace presumir que la marea delictiva kirchnerista de la “década ganada” vaya en ese tiempo a evaporarse. Quizá ocurra lo contrario. Podrían empezar a desentrañarse algunas de las investigaciones. El ministro de Justicia, Germán Garavano, apuesta al impulso de los juicios orales y públicos. Por ahora tuvo respuesta en los casos de Julio De Vido (tragedia de Once), Amado Boudou (escándalo Ciccone) y José López (bolsos revoleados en un monasterio con US$ 9 millones). También figura Ricardo Jaime. Pero el ex secretario de Transporte fue crucificado incluso antes de que Cristina abandonara la Casa Rosada.

El principal interrogante que flota en el Gobierno consiste en descubrir si la corrupción será entonces, como lo es ahora, una viga que ayuda a sostener las expectativas en torno de Macri. Un último trabajo del encuestador Hugo Haime exhibe una paradoja. La gestión del Presidente recogería casi por mitades los índices de aprobación y rechazo: 45% contra 49%. Pero desde hace un trimestre aquellas expectativas colectivas muestran un alza sostenida.

Difícilmente esa tendencia se mantenga si a partir del verano la economía y el consumo no brindan señales de recuperación. Hay mucha cautela en el poder. Sobre todo después del encuentro de la semana pasada del nutrido gabinete económico-social. El informe principal corrió por cuenta del ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay. Los seis restantes asistentes, más una visita fugaz de Marcos Peña, el jefe de Gabinete, lo escucharon con atención en medio de un indisimulado ambiente de tensión.

¿Por qué semejante tirantez? A raíz de los diagnósticos descriptos por el ministro de Hacienda. Resistió sumergirse en el fácil optimismo que suelen blandir los dirigentes del PRO. Prat-Gay compartió la visión sobre que el peor tramo de la caída de la economía ya habría pasado. Pero subrayó que algunos incipientes éxitos estarían causando otras consecuencias. La tasa de la inflación cae, en especial en su núcleo duro (alimentos). Pero a la par se registra un pronunciado descenso del consumo. Esa línea, a juicio suyo, sería difícil de revertir sin una modificación de los niveles de la tasa de interés. En el consumo se apoya desde hace décadas el mejor o peor humor de los argentinos. Lo supieron explotar muy bien el menemismo y el kirchnerismo. Federico Sturzenegger, el titular del Banco Central, escuchó sin opinar. Entre ellos pervive una diferencia ante la crisis que nunca se termina de zanjar.

Prat-Gay añadió otras precisiones a su panorama. Apuntó que los síntomas de recuperación se aprecian en un sector: el campo. Con epicentro en el interior de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Pero que otros factores dinamizadores no estarían acompañando con igual velocidad. La referencia apuntó a la pereza de la obra pública. Guillermo Dietrich, el ministro de Transporte, pareció sentirse aludido. Pero también calló.

En la opinión del ministro de Hacienda la situación actual podría parangonarse con la del 2009 cuando Néstor Kirchner y Cristina perdieron los comicios parlamentarios. Con un agravante, tal vez. La victoria de Donald Trump en Estados Unidos inundó de dudas los mercados internacionales. El valor de las materia primas cayó en la primera semana. Se trata de la columna vertebral de las exportaciones argentinas. También Brasil aporta su cuota con la crisis política siempre latente y una economía amesetada. Que al menos parece haber dejado de caer. Aunque la onda expansiva en nuestro país persiste. La industria automotriz viene limitando su tarea, en promedio, a 3 o 4 días por semana. Hay una capacidad instalada ociosa del 40%. Y mano de obra sobrante. La llegada del verano y las vacaciones podrían enmascarar la anomalía.

Curiosamente el fuego cruzado público que atravesó a Prat-Gay después de su diagnóstico no provino del macrismo. Las balas partieron exclusivamente del Frente Renovador. Primero fue Roberto Lavagna que comparó el actual modelo (¿modelo?) con el de la dictadura y el menemismo. Luego irrumpió el ex titular del Banco Central, Aldo Pignanelli. Hizo un esfuerzo por interpretar a Lavagna y auguró una inminente destemplanza social. El moño lo colocó Sergio Ma-ssa: sostuvo, con flojo ingenio, que Prat-Gay no estaría en condiciones ni de “lustrarle los zapatos” al ex ministro de Economía.

En la escaramuza verbal se mezclaron varias cosas. Sobre todo una inconmensurable disputa entre los egos. Prat-Gay y Lavagna compartieron un tiempo del gobierno de Néstor Kirchner. Uno era ministro de Economía y el otro jefe del Banco Central. Prat-Gay siempre criticó con dureza un aspecto de la renegociación de la deuda en default que comandó Lavagna: el bono con cupón PBI que ideó el ex ministro para hacer atractiva la oferta a los acreedores. Según Prat-Gay, habría esterilizado buena parte de la quita conseguida en la negociación. Lavagna jamás le perdonó la osadía. Cuando Prat-Gay estaba en vísperas de repetir otro turno a cargo del Central colocó a Kirchner en una encrucijada. Le dijo que seguiría sólo si prescindía de Lavagna. El ex presidente se quedó con el ministro de Economía. Pero sólo hasta después de ganar las legislativas del 2005. A partir de entonces, casi hasta su muerte, la cartera la manejó él mismo. Apenas quedó marginado por el tránsito de Martín Lousteau, hoy embajador en Washington.

Una cuestión llamativa habría sido la larga soledad en que se debatió mientras pulseó con el massismo. No hubo registro de ninguna voz macrista que saliera rápido a defenderlo. Peña lo hizo recién al cuarto día. Quizá no se trate de una casualidad. Prat-Gay no cuenta con muchos socios en el gabinete económico. Apenas el buen trato personal que mantiene con el titular de Energía, Juan José Aranguren. Macri también prefiere eludir su intervención para amainar las diferencias. Es, en parte, su modo de conducir. La otra parte se explica por el temperamento suficiente que acostumbra ostentar el ministro de Hacienda.

Cualquier rencilla con Prat-Gay no le aportaría nada. Al revés: fomentaría turbulencias internas en un ciclo que se encamina hacia las legislativas. Tampoco el Presidente tiene a mano un reemplazo adecuado capaz de conducir sin riesgo de despeñarse el gradualismo que eligió para intentar zafar de la obesa herencia kirchnerista.

Macri se siente cómodo, en cambio, confrontando con Cristina. O mejor dicho, que la ex presidenta embista contra él. Acostumbra a ignorarla en público. Envía de mensajero a Peña para alguna réplica circunstancial. El Presidente presume que tal combate presenta varias ventajas. Por lo menos tres. Sería la contracara entre el presente y el pasado. Lo nuevo y lo viejo, según el manual del ecuatoriano Jaime Durán Barba. Dificultaría de paso la reorganización del peronismo. Haría más trabada la construcción de Massa en Buenos Aires, el rival temido del macrismo.

Cristina resolvió politizar todas las causas de corrupción que tiene en ciernes. Puso en marcha el plan cuando fue citada a declarar por Julián Ercolini, por presunta asociación ilícita. Repitió que es víctima de una persecución y buscó ligar a Lázaro Báez con Angelo Calcaterra, primo del mandatario.

Al presentarse ante Claudio Bonadio en la causa por la venta del dólar a futuro solicitó ser querellante para que se investigue a Sturzenegger y a otros funcionarios. La semana pasada, por la misma razón, pidió al juez Sergio Torres que llame a declaración indagatoria a seis macristas. Varios del corazón de presidencial: Nicolás Caputo, José Torello, Mario Quintana, Gustavo Lopetegui. Prepoteó además con una carta a Macri por la imputación judicial de su madre.

Aquella politización que Cristina hace de la corrupción se ha convertido en cruzada personal. Que soslaya cualquier contexto. Le alcanza con la fidelidad de sus militantes. Con La Cámpora. Aunque se desentiende del futuro peronista, del rumbo de los sindicatos y de organizaciones sociales que supieron acompañarla.

Evidencias a la vista. El FpV aprobó en el Senado la Ley de Emergencia Social que reforzaría el asistencialismo con otros $ 50 mil millones, de origen incierto. Difícil que esa media sanción sea completada en Diputados. El trámite sirvió de apuntalamiento para la masiva y sepia marcha sindical de protesta del viernes. La Cámpora cuestionó ambas cosas.

Tal realidad mantiene desconcertado al peronismo. Que se debate entre la política vetusta de su conducción (José Luis Gioja y Daniel Scioli) y la ausencia de algún liderazgo que anime a los intendentes y los gobernadores. El hombre al que casi todos observarían es Florencio Randazzo. El ex ministro, aunque tímidamente, empieza a aflorar. La otra referencia es Massa. Pero su alianza con Margarita Stolbizer despierta reticencias.

Incluso en el Frente Renovador donde se descubren movimientos inquietantes. Días pasados se lo ubicó al diputado Felipe Solá en un almuerzo con Randazzo. Solos, en un salón reservado de un restaurante español de Barrio Norte.

http://www.clarin.com/opinion/corrupcion-tapa-economia_0_1690630924.html


(Periodismo militante)